– ACUDAM, AYUDA, AYUDA….
Maria das Dores Bernardes, hija del carnicero, Bernardo, gritaba a todo pulmón, que su casa estaba en llamas y en apuros, pedía ayuda a sus vecinos que, a medio muros, vivían con ella en otras casas de madera en Ribeira do Porto.
Los vecinos hacían lo que podían con baldes de agua y poco más, porque no había nada más que hacer…
Escucharon gritos de terror y gritos de una mujer, pidiendo la intervención divina…
Unas pocas horas fueron suficientes para que todo fuera destruido y los pocos bienes consumidos por el fuego.
Esta historia de pura ficción, seguramente habría ocurrido varias veces en los primeros años del siglo XIX en la ciudad de Porto, donde un pequeño incendio creaba el caos en la ciudad y no había nadie que ayudara a los incendios que consumían las pequeñas casas.
Era necesario tomar medidas para que estos incendios no agravaran aún más la difícil situación de quienes, con muy poco, podían sobrevivir y los incendios eran el peor de todos los males.
No había bomberos, ni coches de bomberos, y en ausencia de luz eléctrica (sólo se inventa muchos años después), sólo velas y lámparas encendían las casas por la noche, lo que aumentaba el riesgo de incendios, sobre todo en los centros urbanos más cerrados.
El sobresalto fue permanente y los riesgos aumentaron, porque la población estaba creciendo – venían del interior, del Minho y de todas las regiones del país buscando mejores condiciones de vida que las nuevas industrias de la revolución industrial aportaban a toda esta gente. Las casas pequeñas recibían cada vez más gente que dormía allí y el riesgo aumentaba.
Había que hacer algo rápidamente …
Fue allí donde, mediante un acuerdo entre los representantes de los diferentes amos de la ciudad, el Ayuntamiento y el Cabido, se buscó una solución innovadora para calmar a las poblaciones y reducir los riesgos de incendio.
¡Eureka! Por fin una solución… Todos eran llamados a ir a un incendio, dondequiera que estuviera la ciudad, todos serían voluntarios.
Se diseñó un aparato, un “dispositivo” capaz de avisar a todos de que había un incendio para que todos pudieran ayudar.
SISTEMA DE ALARMA CONTRA INCENDIOS
Guardado dentro de una caja de hierro, una palanca tiraba de una cuerda protegida dentro de un tubo de hierro y eso hacía que la campana de la Iglesia sonara justo ahí arriba dando un número de toques en la campana que anunciaban el lugar del incendio, y así toda la población sabría donde ir para ayudar a los necesitados.
Se creó una regulación uniforme en toda la ciudad y dependiendo del número de veces que sonara la campana de la Iglesia, a ese lugar iría cualquiera que pudiera ir. Para ello se creó una tabla con el número de campanadas que sonaría la campana, donde el fuego se produciría según los lugares. Por lo tanto, si el incendio ocurrió en el área de la Sé, la campana sonaría 4 veces y así sucesivamente.
Tan pronto como la campana había sonado tres veces, la alarma indicaba que la situación estaba bajo control y que todo podía volver a la normalidad.
Este sistema, entonces, se instaló en varias Iglesias, en los años 50, del siglo XIX, ubicadas en puntos estratégicos de la Ciudad y así funcionó con buenos resultados.
Sólo años más tarde, en 1875, la Associação de Bombeiros Voluntários fue fundada en Porto por un grupo de personas influyentes de la ciudad, empresarios e industriales que, preocupados por salvaguardar sus bienes, decidieron poner manos a la obra y crear las mejores condiciones para que, en caso de incendio, los bomberos pudieran apagar los fuegos.
Por lo tanto, no es de extrañar que personas influyentes de la ciudad y con la capacidad financiera para organizar una Associação de Bombeiros Voluntários fueran esenciales para crear una organización que defendiera a todos de ese enemigo común: ¡fuego!
Nombres como Alexandre Theodoro Glama, Hugo Kopke, Walter Kendall, Alexander Miller Fleming, fueron fundamentales en la realización de esta necesidad cada vez más sentida en Porto, instalando su primer cuartel general en la Rua do Bonjardim.
Se construían carros específicos con bombas de agua manuales que llevaban en barriles y que podían calmar la ira de las llamas.
En 1876 se creó la publicación “O Bombeiro Portuguez” (El Bombero Portugués) para divulgar la actividad de los Bomberos Voluntarios, que era una hoja quincenal, donde se podía observar la creación de otras máquinas y técnicas de combates y fuegos, además de otras noticias.
Como era necesario incrementar el número de voluntarios, se colocaron avisos en 1872, en las casas comerciales de la Ciudad, de reclutamiento para que estuvieran disponibles para esta función noble y altruista.
Y aquí viene el registro como voluntario de un joven de 19 años, nacido en Brasil en 1850 de una familia adinerada que se estableció en Porto. Su nombre Guilherme Gomes Fernandes, desarrolló una notable evolución en la creación de condiciones para los Bomberos Voluntarios de Porto hasta su muerte en 1902 en Lisboa, tras una septicemia después de una operación.
Se le honra en una plaza que lleva su nombre (antigua plaza de Santa Teresa), donde un busto guarda su memoria para siempre.
Bueno…
En cuanto a los “aparatos”, ya no tienen razón de ser y de cumplir su función, oxidándose y casi perdiéndose para siempre, y digo casi porque, afortunadamente, algunas han sido recuperadas recientemente y puestas en funcionamiento como en el momento de su creación, como la de la fachada de la iglesia de San Lorenzo, en la Catedral, entre otros casos que nos complace constatar y que seguimos protegiendo porque ya forman parte de la historia de la Ciudad.
Hoy en día ya no cumplen su papel de alarmas de incendio, pero mantienen vivos los recuerdos de la ciudad que siempre vale la pena preservar.