Es necesario comenzar este viaje con el estómago lleno. Crear una muralla que nos proteja de las agresiones a las que nos vamos a someter. Para ello, nada mejor que una franceshina. ¿El local? El “Requinte”, en Matosinhos, promete proteger a todos aquellos que se aventuran en Oporto.
La noche avanza, y si comemos en Matoshinhos tenemos que subir primero la Avenida da Boavista donde, a mitad de camino, es obligado hacer una parada en el Bar 1900, en Foco. El ambiente joven y la mística que lo envuelve auguran un futuro prometedor. Ahí, se bebe cerveza, pequeños sorbetes o cocktails brillantemente preparados por su propietario: Martins, por todos conocido.
Pero eso tan solo un aperitivo. Cuando empiezan a tocar las doce y las campanas dan paso a un nuevo día es el momento de irnos al mar y continuar subiendo por Boavista en dirección a la parte baja de Oporto. Ahí, empezó el mundo. Adega Sports, Adega D. Leonor y el 77 son puntos de parada obligatoria. Tampoco estos locales no son eternos y, cuando se acerca la hora de cierre, llega la hora de las dudas: echar unos bailes o “romper” la noche. Para el que quiera que su noche se vuelva épica, en mi opinión, sólo hay un local al que ir: Boîte. Espacio refinado, rincones de muchas historias, un lugar con buen servicio donde seremos bien servidos y recibidos, con la música del momento y en un ambiente de locura más o menos generalizado.
Por otro lado, para los menos aventureros, el Rendez Vous o el Porto Tónico son siempre un buen sitio para estirar las piernas. Éstos no defraudan nunca y son un puerto seguro de diversión comedida.
Es necesario terminar como empezamos, en Rainha da Foz, acompañados de una francesinha o de unos panadòs Rainha y un fino, risas y recuerdos de una última noche que promete perdurar en nuestra memoria.
Zeca Couceiro da Costa
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